Domingos 10AM y 12PM

La Soga que Dios usó para alcanzar a Francisco

Querida familia,

Dios siempre mueve cielo y tierra —o en nuestro caso, sogas, carreras y corredores— para que una persona pueda conocer su amor. Dios siempre mueve cielo y tierra pero en esta ocasión lo vimos hacerlo.

Quiero contarles la historia de Francisco.
La primera vez que decidimos amarrarnos para poner en práctica la idea de "correr amarrados" lo hicimos un martes a las 5:30PM. Cuando comenzamos a correr, inmediatamente las personas comenzaron a regalarnos expresiones de ánimo, gritos de “¡vamos, ustedes pueden!”, hasta aplausos y otros comentarios graciosos como: “a mí no me cogen amarra’o nunca”.

Cuando estábamos a la altura de La Perla, en la calle Norsa Garay, escuchamos a una persona que al parecer llevaba algún tiempo corriendo detrás de nosotros. Con voz fatigada, como el que jadea por el esfuerzo invertido, dijo:
 —¿Me puedo ir con ustedes?

Nosotros, emocionados, a una sola voz dijimos:
 —¡Claro que sí! ¿Cómo te llamas?

FRAN-SIS-CO —replicó en tres sílabas.

Recuerdo que uno de nosotros le preguntó:
 —¿Y qué haces aquí?

Él contestó:
 —Llevo 4 meses y he perdido 65 libras.

Esa contestación dejó al grupo en silencio y mi corazón atento, cuando escuché al Espíritu Santo decirme: “Presta atención porque voy a enseñarte algo”.
Acto seguido, Eddie Obrian, quien estaba justo al final de la soga, le preguntó:
 —¿Y cuál es tu propósito?

Yo realmente no sabía qué pensar. Primero, él ya había expresado que había perdido mucho peso, así que pensé que eso era obvio: su propósito al correr era su salud. Sin embargo, lo que contestó fue muy revelador y penetró aún más mi corazón: —Salir “del lugar oscuro” donde estaba.

La realidad es que usó una frase más calle y puertorriqueña que esa. Una frase que francamente describía muy bien su sentir.

En ese instante, ya bajando la cuesta frente al Tótem, yo estaba convencido de que era Dios quien deseaba acercarse a la vida de Francisco a través del asunto de la soga. Realmente nunca he dicho esto, pero en ese tramo cruzando el cuartel de Ballajá, Dios me dejó saber que la idea de correr amarrado era mucho más profunda y suya de lo que yo pensaba.

Dios había usado el Morro y San Juan para enseñarme varias lecciones de vida, pero esta apenas comenzaba.

Cuando llegamos a la parte baja del camino que te lleva directamente a la Puerta del Morro, la cual los corredores han hecho de tocarla una tradición cuando llegan a ella, me percaté de que Francisco estaba haciendo su mayor y último esfuerzo. Comencé a gritar en voz alta palabras de ánimo. Todos lo hicimos, lo animamos a que continuara, que llegaría hasta la puerta. Le repetíamos “no te quites hasta la puerta”, y entre pasos, jadeos y nuestros gritos de ánimo, Francisco lo logró no solo por su determinación sino porque nosotros lo ayudamos.

Como dice Gálatas 6:2:
 “Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas y así cumplirán la ley de Cristo.”

La ley de Cristo se hizo visible: la ley de amarnos como Él nos amó, como Él que no dejó la humanidad en oscuridad, sino que nos cargó hasta los brazos de amor del padre bueno y eterno que es nuestro Dios.

Francisco no lo sabía, pero tocar aquella puerta significó para él:
“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, cenaré con él y    él conmigo.”
- Apocalipsis 3:20, NVI
En ese instante teníamos que virar. Para los que estábamos amarrados a la soga aquella puerta significaba sólo la mitad del camino.

Yo quería soltarme de la soga para quedarme y conocer a Francisco que con cada paso quedaba atrás, pero nosotros habíamos hecho una promesa que hemos logrado mantener desde esa primera vez hasta hoy: “Salimos juntos, llegamos juntos.”

Nadie podía salirse o abandonar la soga. Así que, con dolor, lo único que se me ocurrió fue girarme hacia Francisco y, corriendo de espalda amarrado, gritarle:
 —¡Francisco, ya no corres solo, corres con nosotros, búscanos 5K Mar Azul!

Yo no sabía si me había escuchado, pero no podía dejar de pensar en él durante el camino de regreso. Terminamos la corrida, 4 millas, y nos dimos un abrazo.

Saliendo de allí llegué a casa y tomé los videos que habíamos grabado y aquellos que David —quien llegó tarde para amarrarse pero listo con el celular y una scooter para grabarnos— me había pasado al celular antes de irme. Subí el video a la cuenta del 5K en Instagram y traté de acostarme, pero mi mente no paraba de pensar en Francisco.

El miércoles AM tuve una reunión con los líderes de Mar Azul a nivel general y les compartí lo sucedido, y les pedí oración por Francisco, pidiendo que lo pudiéramos encontrar, que apareciera de alguna forma para poder compartirle lo que Dios me había mostrado durante nuestra corrida juntos.

Dos horas más tarde me dejan saber que Francisco había escrito en el video un bonito comentario público, identificándose y dejándonos saber que había sido él quien había corrido junto a nosotros. Y luego, en un mensaje privado, Francisco nos escribió cómo le había sorprendido, y cómo había “llorado al descubrir que éramos cristianos”, que éramos una iglesia y que yo era pastor.

En ese comentario compartio que llevaba 4 semanas buscando de Dios, deseando cambiar su vida y que nos encontró.

Cuando yo leí eso, sabía que el mensaje que tenía que darle era no que él estaba buscando a Dios, sino que Dios lo estaba buscando a él.

Justamente así lo hice de manera privada y hasta allí quedó nuestra conversación.

Realmente él escribió que le dejáramos saber cuándo correríamos otra vez amarrados. Surge que precisamente el jueves, el próximo día, ibamos a correr amarrados en un 5K organizado en La Perla como calentamiento y preparación para el Lola Weekend (la carrera con mayor influencia y mayor número de corredores en Puerto Rico). Allí ocurrieron milagros que no contaré en este escrito, pero que fueron añadiendo a mi claridad sobre cómo este asunto es más espiritual de lo que puedo entender, y cómo Dios usaría la soga, nuestra soga, en otras palabras, nuestro ejemplo, para acercarse a muchos.

Esta sería la soga del rescate, la soga del perdón, la soga de la gracia, la soga paciente, la soga, el lazo y la cuerda de amor.

En resumen, ese día corrimos amarrados entre muchas personas llevando nuestro mensaje de forma visual, y cuando estábamos retornando, a la altura del Paseo La Princesa, en esta ocasión yo estaba al frente de la soga y escucho que se me pega un corredor al lado, y con una voz familiar y un jadeo particular me dice:
 —Estoy aquí otra vez.

¿Quién ustedes creen que era? ¡Era Francisco!

Y en un instante hizo lo que nos cuesta tanto hacer: me compartió su carga como si nos hubiéramos conocido hace años. Me dijo:
—Llevo 71 días limpio.

Antes de que terminara yo sabía que él no era el único, que él, como muchos, había estado atravesando una carrera difícil, dura, llena de caídas y realidades, parte de nuestra frágil humanidad. En sus palabras me vi yo retratado cuando he luchado con mis propios errores y tentaciones, mis propias fragilidades.

Vi a los que corríamos en la soga y, como dijo Jesús, pensé: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Ninguno podía juzgar a Francisco, ninguno quería hacerlo. Todos, estoy seguro, estábamos celebrando la llegada de uno de los nuestros, un hijo amado llegando a casa a mitad de un 5K.

Pero la parte más intensa de esta historia ocurre cuando sus propias palabras declaran su deseo: —Ahora mi meta es prepararme para un día poder correr con ustedes amarrado.

Nuestro paso no era su paso todavía, y él lo sabía. Pero cuando dijo “algún día”, una vez más dentro de mí escuché al Espíritu Santo decirme: “Algún día no, ahora”.

Y eso mismo le dije mientras me quitaba la soga sobre mí para colocarla sobre él.

Este era su día, era ahora, tal y como estaba, no como algún día estaría.

Él se resistió al primer intento:
 —No, no —me dijo con insistencia.

Pero yo no pude detenerme, porque así es el amor de Dios: cuando tú le dices “no”, Él continúa persiguiéndote.

Finalmente aceptó, y en un momento sagrado la soga quedó sobre Francisco, quien ahora dirigía el grupo a través de los momentos más difíciles de la ruta. Qué pensaba mientras lo hacía, solo Francisco sabe, y oro que algún día él pueda contar su parte de la historia.

Finalmente, luego de algunos minutos de esfuerzo, retomé la soga y él redujo su paso. Creí verlo procesando lo que había sucedido.

Entendí que me tocaba llevar el equipo al final de la ruta y asumí que me encontraría con Francisco para abrazarlo y celebrar con él, pero eso nunca sucedió. No estoy seguro qué pasó, pero al final no lo vi y me tuve que ir.

El viernes y el sábado transcurrieron sin corridas, pero mi mente continuaba corriendo. Este no era el mensaje que había preparado para compartir el domingo, pero necesitaba contarle a la iglesia lo que Dios me había enseñado y cómo me había abierto los ojos sobre Gálatas 6:2.

Finalmente me armé de valor y, como tenía ya el teléfono de Francisco —porque nos lo había compartido de forma privada en Instagram—, me atreví a invitarlo a la iglesia para que él también escuchara lo que Dios me había enseñado corriendo a su lado.

Y así sucedió.

Francisco llegó y escuchó mi parte de la historia. Recuerdo como si fuera hoy el momento en el que le dije a la iglesia que Francisco estaba presente entre nosotros, sentado en la parte de atrás, escuchando y asintiendo en cada palabra.

No fue visible, pero pude ver una ola de gracia, amor y salvación cubrir no solo la vida de Francisco, sino la de cientos de personas en la iglesia esa mañana. No quedaba una persona sin lágrimas en sus ojos.

Recuerdo al final del mensaje estirar frente a la congregación la misma soga azul con la que corrimos y extender una invitación de parte de Jesús a las personas allí presentes.

Jesús te dice: “Déjame llevar tus cargas” —dije claramente. Y muchas personas, no solo Francisco, ese día aceptaron esta invitación.

Allí estaba Fransisco, parado frente a mí y sosteniendo la soga que lo había invitado al amor, a salir de la temporada de oscuridad, a correr hacia una nueva vida.

Y lo supe en aquel momento: ya el 5K había cumplido su propósito.

Desde ese día Fransisco corre con nosotros, los martes y jueves en San Juan y ahora es él quien anima a los demás.

Con amor,
Pastor John
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— Estos se suman esta semana —-

ASC tu Compulsorio — “Correr amarrados no requiere seguro… manejar sí, y para eso está ASC tu Compulsorio.”

Prestamos Trucking Inc — “Correr amarrados a veces se siente como jalar un camión… pero Préstamos Trucking nos recuerda que juntos todo es más liviano.”

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JUN Portable Service — Porque después de un 5K… todos necesitamos un buen servicio portátil.

Perfect Partners - expertos en comunicación estratégica y relaciones públicas, se unen a esta carrera para recordarnos que cuando corremos juntos construimos alianzas con propósito que impactan a toda la comunidad.

El Dr. Vincent Rodríguez-Bury -  urólogo en Carolina comprometido con la salud y el bienestar, se une para resaltar que correr también es una manera de cuidar lo más valioso que tenemos: la vida.

Y Colomer & Suárez, empresa puertorriqueña que desde 1943 distribuye productos que llegan a los hogares de nuestra isla “de costa a costa”, se une a este esfuerzo porque saben que así como distribuyen confianza, también podemos distribuir esperanza en cada paso que damos.

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